Antiguos cafetines del tango

Finalmente, es digno de señalar que en el subsuelo de EL ESTRIBO, dos veces por semana abría sus puertas una concurrida y tradicionalista peña de románticos y líricos personajes, entre los cuales podían verse a engolados troveros junto a la chispa intuitiva ingeniosa y profunda de versados payadores, lo mismo que primitivos guitarreros nativistas con aires desvelados de bordoneos serenateros, añoranzas, quizás, de rejas y patios perfumados con suaves fragancias de malvones y glicinas… arrimándose en ocasiones a la rueda fraternal, cordial y parlanchina, entre otras, las presencias de José Bettinoti, con la tierra y desgarrada plegaria de su doliente y entrañable rezo maternal… (“Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba…), Ramón Vieytes, Ambrosio Ríos, Curlando, todos ellos preclaros y eximidos payadores, los cuales dieron prestigio, categoría literaria y alto vuelo poético a ese arte simbólicamente gauchesco, emblemático y tan nuestro de la payada criolla…

Debemos recordar, también, el paso fugáz por EL ESTRIBO de un dúo canoro de renombre imperecedero para la historia grande del típico y tradicional cantar rioplatense… nada menos que Gardel-Razzano, el imbatible morocho del Abasto y el jilguero oriental, templando las encintadas violas camperas para luego entonar las estrofas trémulas, estremecidas de El Carretero, La Pastora, o sino, la espontánea frescura cristalina, el aroma silvestre y amanecido de aquellos perfumados manojos de “Claveles mendocinos”…

SIGUIENDO por Corrientes angosta entre Paraná y Montevideo, perímetro céntrico deslumbrador y rumoroso donde la medianoche porteña parecía proyectarse mágicamente hacia el portal de las estrellas nacaradas sobre un cordel policromo, platinado y reverberante de centenares de letreros parpadeantes en su nervioso y raudo guiñar intermitente, el Café DOMINGUEZ levantaba su estructura calidamente cordial y amable para regocijo e íntima vibración emocional de aquella puntual, enfervorizada y entusiasta muchachada que discurría despreocupada y alegremente destrenzando, a la vez, efímeras, simples y desvanecidas serpentinas de esperanzas y ensueños fugaces, mientras el fueye confidencial, quejumbroso y aletargado de Craciano De Leone, abanicaba tangamente sobre la cruz nostálgica de un lírico, rante y melancólico entresoñar, la grave y acompasada cadencia orillera de Tierra Negra, Un Lamento, La Cachila o Lágrimas de Arolas…