El cerebro está en constante transformación

Mariano Sigman, prestigioso y multigalardonado neurocientífico argentino, es autor de la “La vida secreta de la mente”, un libro que explora por qué nos comportamos de la manera que lo hacemos, cómo se originan los pensamientos y otros temas fascinantes sobre la mente y la conciencia.

El cerebro nunca deja de cambiar, y por lo tanto nunca dejamos de aprender y de transformarnos, incluido muchos aspectos que tienen que ver con la inteligencia, como nuestra capacidad de razonamiento.

Nosotros somos una coexistencia de instintos y razones, y hay que entender cómo funciona cada uno. El instinto no es muy distinto al razonamiento. Cuando uno tiene una intuición o una corazonada, eso no es una ilusión divina donde de repente nos viene conferido un cierto conocimiento, sino que eso también forma parte de un proceso de razonamiento.

Por ejemplo, cuando un tenista va a recibir un saque y “siente” que el otro jugador va a sacar en una determinada dirección, ese sentimiento que tiene -y que quizás no puede explicar- forma parte en realidad de muchas cosas que está razonando, como la posición del cuerpo o la mirada.

Todo eso es parte de un aprendizaje racional, solo que sucede inconscientemente. Como sucede inconscientemente, no tenemos acceso a los elementos de la deliberación. Es decir, la intuición y la racionalidad no son tan distintas, son dos procesos de decisión en los cuales uno utiliza toda la información que puede.

El cerebro regula el sistema inmune, la presión arterial, el funcionamiento del sistema cardíaco, pero no de forma voluntaria.

Aunque en el plano neurológico no existe una forma de conectar literalmente a todas las mentes, sí existe un pensamiento colectivo. Es decir, podemos ver que hay fenómenos en los que casi todo el mundo empieza a pensar de manera parecida. Eso es porque uno de los grandes principios del comportamiento humano es la capacidad de imitar y eso ocurre en todos los dominios. Si uno se cruza de brazos, va a ver que al rato la persona que está enfrente también lo hace. Hay una enorme interacción espontánea y muy primaria en nuestra capacidad de sincronizarnos, aunque no funcionamos de una manera tan amalgamada como las abejas o las hormigas, que forman espontáneamente sociedades muy orgánicas y muy estructuradas.

La mayor diferencia en la capacidad de aprendizaje entre un adulto y un niño es la motivación y la necesidad. Uno puede aprender con la misma capacidad de un niño si uno le dedica la misma cantidad de motivación, tiempo y esfuerzo. Los adultos tienen en general ganas de aprender un idioma, pero eso es una especie de deseo intelectual, y mientras tanto tienen las urgencias, las pulsiones y las motivaciones que están en otro lado, porque tiene que llegar a fin de mes, cuidar a sus niños… y eso es lo que genera la mayor diferencia en la capacidad de aprendizaje.

No es la plasticidad del cerebro, sino que es la capacidad de disponer de tiempo, la motivación y necesidad que uno genera en ese aprendizaje. Hay una diferencia más y es que los adultos y los niños aprenden de una manera muy distinta. Los niños aprenden la primera lengua escuchándola (primero de hecho escuchan su música, la tonalidad, los acentos). En cambio uno de adulto aprende de una manera muy racional: quiere aprender las palabras.

“La forma en que funciona el pensamiento humano es que estamos todo el tiempo construyendo teorías sobre cómo funciona todo”, explica Sigman.

Y hay ciertas cosas que son muy difíciles de entender como la vida, la muerte o ciertas causalidades. Nosotros le asignamos explicaciones a eso, tratamos de explicar todo incluso lo inexplicable.