El menú escogido podría marcar la diferencia más de lo que imaginamos.

Una investigación reciente sugiere que exactamente las mismas vitaminas presentes en las espinacas que actúan maravillas en los bíceps de Popeye podrían presentar efectos a más largo plazo, como el tono del pelo y la salud de futuras generaciones. El menú elegido podría marcar la diferencia más de lo que imaginamos.

Una investigación llevado a cabo en dos mil seis por David Martin, oncólogo del Instituto de Investigación del Centro de salud de Pequeños de Oakland, California, estudió si la dieta de un ratón podía afectar a su descendencia. Se les proveyeron comestibles ricos en minerales y vitaminas, como la B12, que robustece el verdor de la hoja, a hembras preñadas poseedoras de un gen que volvía rubia la piel y también acrecentaba la posibilidad de desarrollar obesidad, diabetes y cáncer. En la nueva dieta, los animales generaron retoños de pelo cobrizo menos frágiles a la enfermedad. Aun negando el suplemento a la tercera generación, los retoños preservaban la mejora en la salud y el tono de la piel.

El estudio de Martin no fue el único en apreciar este fenómeno generacional. En dos mil dos, estudiosos suecos se sumergieron en documentos centenarios que probaban de qué forma la dieta en la pubescencia afectaba a la vulnerabilidad de los nietos en frente de la diabetes. El estudio rastreó a trescientos tres hombres, y los que habían gozado de una rebosante dieta eran 4 veces más propensos a tener nietos fallecidos por diabetes. Si bien bastante poco pormenorizado, el estudio señaló que los genes son más frágiles a los agentes externos de lo que de forma tradicional se había supuesto.

Mas no sometas aún a tu hijo adolescente a una dieta exclusiva a base de espinacas: los científicos advierten que la repercusión de la dieta en el componente genético del humano todavía no se ha entendido por completo. Sin embargo, conforme Martin, “la implicación global en la salud humana es obvia: un agente externo puede ejercer un efecto muy perdurable. Dada la duración de una generación humana, los efectos medioambientales a los que se somete una madre encinta pueden dejarse apreciar a lo largo de cien años”.