Neurodivergencia: celebrar los diferentes modos de ser y pensar
No todos los cerebros funcionan igual, y eso está bien. Esta simple pero poderosa verdad es la base del concepto de neurodiversidad, una mirada inclusiva que reconoce, valora y respeta la variedad natural en la forma en que las personas perciben, procesan y responden al mundo.
El término neurodivergencia se refiere a aquellas personas cuyos cerebros funcionan de manera diferente al estándar neurológico predominante, conocido como neurotípico. Esto incluye, entre otros, a quienes están dentro del espectro autista, personas con TDAH (trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad), dislexia, dispraxia, Tourette, y otras condiciones del desarrollo neurológico.
Lejos de ver estas diferencias como “trastornos” que hay que corregir o curar, el enfoque de la neurodiversidad propone una mirada amorosa y empática: no hay una única forma correcta de pensar, aprender o sentir. Así como la biodiversidad enriquece nuestro planeta, la neurodiversidad amplía nuestras posibilidades como sociedad. Nos recuerda que la inteligencia no es un molde único, y que la creatividad, la sensibilidad, la memoria, la lógica o la forma de comunicarse pueden manifestarse de maneras muy diversas y todas valiosas.
Históricamente, las diferencias neurológicas fueron vistas desde un enfoque médico que tendía a la patologización: se buscaban diagnósticos, se hablaba de “déficits”, se trataba de ajustar a la persona a la norma. La neurodiversidad invita a cambiar el paradigma: en lugar de centrar la atención en lo que a una persona le cuesta, se enfoca en sus fortalezas, intereses y formas únicas de estar en el mundo.
Esto no significa negar los desafíos que muchas personas neurodivergentes enfrentan. Las barreras existen, pero muchas de ellas no están en sus cerebros, sino en el entorno: en la falta de accesibilidad, en la rigidez de los sistemas educativos y laborales, en los prejuicios y la falta de comprensión.
Ser inclusivos no es solamente aceptar, sino celebrar la diversidad. Es dar lugar a todas las voces, respetar los distintos ritmos, facilitar la comunicación de múltiples maneras, permitir los movimientos que calman, crear espacios donde cada quien pueda sentirse seguro y valorado.
La inclusión empieza con la escucha. Preguntar en lugar de asumir. Acompañar en lugar de corregir. Abrirse a otras maneras de ver el mundo, y entender que lo diferente no es inferior, sino simplemente eso: diferente.
En las escuelas, esto implica adaptar la enseñanza a múltiples estilos de aprendizaje. En los trabajos, significa permitir entornos más flexibles y comprensivos. En lo cotidiano, es dejar de juzgar conductas que no entendemos, y empezar a preguntarnos qué necesita esa persona para estar bien.
Hablar de neurodiversidad desde el amor es hablar de aceptación radical. Es reconocer que cada ser humano tiene valor, dignidad y derecho a una vida plena, sea cual sea su modo de procesar el mundo. Es dejar de ver a las personas como “problemas a resolver” y empezar a verlas como seres con mundos ricos por descubrir.
La neurodiversidad no es una etiqueta, es un llamado: a mirar con más ternura, a construir con más empatía, a imaginar un futuro donde todos y todas tengamos un lugar desde el cual brillar.
Porque sí, no todos los cerebros funcionan igual, y eso —más que estar bien— es hermoso.